En medio de una virtuosa oposición

Hoy empiezo a escribir para Pampa V. Tenemos el marco de la constituyente... espero mi palabra pueda habitar el espacio de oposición que existe entre lo que algunos de sus liderazgos aseguran y lo que yo siento.

Gracias Nicolás

Mi preciosa Karina,
la reunión del otro día me pareció muy buena en lo que tuvo de dialogo, coincidencias y discrepancias, sobre todo en lo que hace a problemas de actualidad. Sin duda estamos viviendo una encrucijada muy importante del país, no una más, yo creo tan significativa como las del 2001 pero ahora me parece mucho más peligrosa porque estan en juego intereses dominantes históricos que siempre fueron finalmente inderrotables, y un campo democrático y popular herido, a veces por demás desorientado, irritado, crispado, desunido. Pero charlas como la del martes pasado en cuanto a hacer un poco de historia política sindical, y en cuanto a referirlas en parte al presente, sirven. Yo salí satisfecho del dialogo, y creo que la tarea que estan haciendo ustedes vale la pena en muchos sentidos, como se lo expreseé a Pablo Micheli. Solo se me ocurre derecirte y decirles, sigan así, haganlo saber lo más posible para encontrar imitadores. Falta reencontrar sabiduria, intensidad, nuevas miradas, nuevos lenguajes para un campo popular que deberá protagonizar proximamente duras batallas contra derechas envalentonadas y engañosas que ahora dicen cosas como "hasta la victoria siempre". Batallas dentro de los marcos democráticos, lo que obliga a ser mayoría, retener poder politico real y compartirlo adecuada, generosa y realmente con todos aquellos que pluralmente estamos en una misma vereda. Un beso, Nicolás.

Alejandro Kaufman - Una despedida de Nicolás

Nicolás nos dejó como era él, sin estridencias, con pudor y suavidad, pero con la manifestación inocultable de su presencia. Aparte de todo lo que se pueda decir sobre la amistad, el trabajo en común ¿qué vínculo nos unía, nos une? Las instituciones, el campo intelectual tienden sus líneas y sus asimetrías, propician patronazgos y prescripciones. Pero nuestra relación no guardaba esas proporciones que las tramas de fuerza imponen como matrices en las tareas de la reflexión y la enseñanza, o como no nos gustaba demasiado decir, “la investigación y la docencia”.

En estos días de duelo, en procura de consuelo, recordé una y otra vez un gesto suyo. Un gesto peculiar que mostraba en situaciones muy específicas, y solo en esas situaciones. Era una expresión que se le dibujaba en el semblante, cuando –en el transcurso de una conversación- algo que escuchaba absorbía su atención. El rostro se le transfiguraba con una expresión de esas que la atención extrema arranca directamente de la mente cuando la alteridad nos atrae en forma de extravío. Su cara adoptaba un aire de escucha sobrecogedora, los ojos desmesuradamente abiertos, los rasgos desplazados hacia arriba y hacia afuera, con una mirada que anunciaba la inminente reflexión o la broma, según el caso. Todo su semblante se convertía en la figura de un oído, como si el interlocutor pudiera llegar directamente a tocar sus fibras más íntimas.

Desde que lo conocí, aquel gesto me intrigó, porque Nicolás era una persona gestualmente austera, cálida, incluso carismática, pero pudorosa y discreta. Aquella apertura de una audición incondicional era siempre un acontecimiento. Y para que ocurriera, era necesario llegar a través de los meandros amigables pero sinuosos de una conversación, en oportunidades y lugares adecuados. Algo, esto último, respecto de lo que Nicolás era muy exigente.

De modo que aquel gesto nada tenía que ver con una emoción ni con un hábito. No era predecible. Creo que no era tampoco fotografiable ni susceptible de filmación, porque la conversación, como él la practicaba, y el registro audiovisual son incompatibles. Ese solo gesto constituía un acto crítico de las representaciones. Porque solo era posible suscitarlo mediante un ritual, un acto irremplazable de la presencia. Me sorprendería mucho, y me arriesgo a decirlo, encontrarlo en una foto suya. Debería ser una que fuera tomada sin su conocimiento.

Narraciones y reflexiones vivas lo suscitaban. Aquellos que tocaran las fibras del asombro y la espera. Tan relativamente infrecuentes eran los estímulos que producían esa actitud suya como necesidad tenía de alimentarse de semejantes avatares. Entonces, pienso, se explica algo que Nicolás hizo tanto y tan bien: crear ámbitos y situaciones en los que la conversación tuviera lugar. Y cuando digo aquí conversación digo también lectura, también estudio. Allí Nicolás fungía –antes que como creador de instrucciones y prescripciones- como escenógrafo, arquitecto, propiciador. De ahí que fuera tan libre y amable trabajar con él, porque mientras ofrecía las condiciones del cobijo y la hospitalidad, participaba el juego de la diversidad y la libertad. Los límites estaban determinados por configuraciones espaciales y atravesamientos. De ahí que cada uno de nosotros, los de Confines, incluido él, transitamos por tantos lugares diferentes, para encontrarnos en aquel en que se incubó siempre una especial densidad. Esa densidad que con distintos matices y estilos compartimos también con otros amigos, y que nos remite a ese otro escenario que tantos habitamos, el del lenguaje deseante de plenitud. En la hora de la despedida, un recuerdo así nos hace más transitable la soledad, que no por compartida con tantos amigos es menos desolada.

Latiguillos sobre hombres educados

Para seguir con esto de las palabras, ayer me cruzo con un compañero que me dice "mal educada". Claro, lo dice en la jerga confianzuda, desde el abuso de eso que mi amigo Sebastián llama la dinámica del estigma que circula en ciertos grupetes de personas. Más bien que yo, siguiendo intuitivamente las pautas de mi amigo, no respondo a la acusación porque no solo creo en el reposo de "saltar ante la ofensa" sino también porque comienzo a pensar en cómo se hace para suspender esos de-tonantes de una gramática particular de este tiempo.
Quiero decir, "mal educada" deben ser un mote que algunos intuyen a mi debería enfadarme. Algunos creen operaría en mí como resorte de una culpa que en algún momento habré dejado entrever. Esos lugares, que nos alojan momentáneamente, que apelan directamente a nuestro miedo, están siendo usados entre los propios, hay que decirlo, para aplicar una acción de poder regulatoria de otro orden de cosas mucho más complejas a las que no se desea aún poner palabras. Creo, lamentablemente que existe un grado de violencia en nuestra gramática "compañera" que de no ser revisado terminará erosionando cualquier juntada por más emancipatoria que parezca.
Esta vez, el significado de las palabras para describir nuestro desastre, nuestra "fallita". Palabras que usan los otros una vez encontrada la puerta entreabierta que nos hace vulnerables. Mi amigo que iba a ser el intelectual de una familia, yo que nunca estuve tan segura de mi situación escolar. Ambos educados sentimentalmente en otro tiempo creo estamos por preguntarnos hasta qué punto debe alcanzarse un acuerdo de todos
para el uso de las palabras bajo esta lógica de castigo.

Parole, parole, parole

Una prioridad sin su contexto de pura complejidad no existe en tanto tal. Una acción sin un significado libertario que opere sobre una malla subjetiva no realiza nada. Una forma organizativa sin un lugar donde hace pié el sentido histórico es un simple evento desconectado de otros acontecimientos. ¿Qué se hace con "todas estas cuestiones que en Argentina deben discutirse y respecto de las cuales tenemos palabras simplificadas"?

La memoria vence al tiempo

"Alemania año cero", de Rosellini, tiene una escena sobrecogedora: una señora mayor barre el piso de su casa que no tiene paredes. Esa persistencia en el gesto, ese habitar una memoria de los precedimientos, un catálogo de formas y costumbres, incluso a pesar de la devastación, es también una forma de olvido.


Habitar la memoria puede ser un camino a la desolación. Como sucede en El año del desierto, la intemperie avanza tanto como se desrecuerdan los acontecimientos de la vida colectiva, tanto como, cada vez, la memoria colectiva produce la ilusión de la conjura del tiempo, a favor de un recuerdo empalagoso de lo que alguna vez fue.

Si se combinan, la rutina fantasmal de los rudimientos de lo cotidiano, aunque monstruoso, y la elegía del retorno como mito redentor, son capaces de delinear una escena cálida, épica de la nada, puro espectáculo. Muchas veces, Las organizaciones guardan como un tesoro esa recurrencia.


Habitar el pasado es habitar la intemperie.

Más literatura

"El problema ya no es el NO FUTURE. Eso es el pasado.

El problema ahora es el NO PRESENT.

Entropía, diría Ballard".

"Visiones del presente", Rodrigo Fresán

Literatura. Hagamos literatura

"Son tiempos de veneración de la memoria. Más que llegar, el futuro se ha desplomado sobre el país y en la vasta, homogénea llanura resultante, que para todos lados extiende las mismas desigualdades, nadie que mire adelante verá un objetivo particular que le permita distinguirse. Las distinciones vienen del recuerdo. Los que pueden pagárselo, procuaran individualizarse coleccionando cantidades de fotos de sí mismos, tomadas en fiestas familiares o en excursiones, tan conocidas que cuando las miran se quedan dormidos; después, en sueños, se dejan definir por las fotos a tal punto, con tal insistencia, que la monotonía vuelve a despertarlos. Y no solo miran imágenes íntimas. Clavan debidamente los ojos en fotos de héroes, artistas, númenes o sacrificados que los obliguen a recordar, aún distraidamente, mejor si en grupo, sus pérdidas, humillaciones, agachadas, y hasta la constitución molecular de la savia colectiva. No todos los memoriosos participaron de un crimen ni todos constribuyeron a un hecho de honor, pero todos vigilan la memoria como si en esa vigilancia purgasen un recóndito remordimiento."

Impureza, Marcelo Cohen

En casa...

sentir la sensación que da sacarse los zapatos cuando uno entra a su casa. Así me gustaría un día fueran los encuentros de Pampa...

Empezar la dieta

“La experiencia no se trasmite” es una de esas frases sentenciosas que a mi me gustan. Mi forma de titular en Pampa intenta demostrarlo. Me cierran porque son proposiciones con algo de proverbio, algo del saber experiencial, que justamente, las hace mediar entre el lenguaje liviano de la comedia y el anclaje sórdido de la verdad que implica la tragedia. Un buen ejemplo en ese sentido sería “la pelota no se ensucia”, no?

En la dramaturgia post, y puesta ella en escena dentro de nuestro escenario itinerante, ayer mi amigo Emilio pronunció y quedó rebotando sobre el asfalto caluroso de Carlos Calvo; “la experiencia no se trasmite”... Hoy que volví aquí, la recogí en la entrada y me la tragué no muy segura. Mientras la deglutía me debatía entre la sensación de estar tragándome una mosca inmunda -de esas grandes, negras y pegajosas que anduvieron vaya a saber por dónde-, o una mariposa roja –de esas que dan cosquillas en el estómago cuando uno tiene catorce-.

Pienso, Emilio suele servir este tipo de mesas minimalistas donde los comensales no tienen mucho más que un bocado para enterarse de sus planes. Entonces pasa que los que no tienen paladar pueden no tener el tiempo suficiente para encontrarle el sabor a algo y los que nos pretendemos sibaritas, igual, no zafamos de la contrariedad. Y, sí es una cuestión de experiencia!

La mosca inmunda viene de la certeza de que va a saber a sapo hervido por vez inmemorial. Se que mi experiencia no se trasmite pero es sólo ella la que deberá cargar nuevamente todo su paladar de institucionalidad insípida y mezquina para encontrar –una vez tragada, claro, y con suerte!-, la pizca dulce que en el fondo deja todo trago amargo. El elixir de los cínicos esperando llevarte afuera de escena a cambio de darte la razón.

Voy subiendo la escalera y el rojo se viene a borbotones a mi boca. Es un defecto que ustedes conocen muy bien, no suelo tragar las devoluciones de mi estómago. Es ahí, en ese momento, donde el libreto se vuelve anclaje aunque sea momentáneo verosímil –todos leímos “el mentiroso se miente a sí mismo” decía el capricorniano Guy Debord -,
la operación es el movimiento autónomo de lo que aún no vivo pero logro consumar en esta imagen que arroja Emilio hecho profeta.

Le pongo alas a esa frase y me regodeo en la comprensión primero de Emilio, claro, luego propia. Hay salvación en la inversión espectacular si en vez de escupir sangre hago salir volando de mi boca mariposas rojas.

Crece el berro en aquel lugar pequeño cuidado entre la sombra y el río. Así deberían cuidarse “las experiencias más mínimamente vitalistas de la política” mi amado Sebas – te debo un comentario pero es difícil hacerlo apresurada-. Hay liberación estoica en aceptar ser esclavas de los tiempos de los otros, hermana pequeña y silenciosa. Hay fortuna en la existencia de este murmullo porque aunque la experiencia no sea trasmisible queda el refugio de comunicarla entre algunos.

Las cosas nunca son tan fáciles como en las paredes

"Otra cosa que no había sentido, como una pérdida de eso que se funde en la adolescencia y que va durando, con la propia dignidad, una idea de sí mismo a la que tiene derecho todo el mundo, la película, un momento en el que no estás a la altura, la conciencia hecha concha por la desilusión de lo que "esperaba hacer". Años como un siome yendo a escraches. El mundo, es el mundo de los padres, ¿no? Y en una mayor o menor intemperie, eso protege."

Conservador

"Porque si de algo hablan los textos de Oakeshott es del estatuto filosófico del presente. Del presente como horizonte final de todo pensamiento. Eso se vuelve evidente en libros como The Voice of Liberal Learning, y también reaparece de un modo lateral (aunque clave) en La actitud conservadora. Para definir tal actitud, el autor da una explicación casi obvia: “Ser conservador consiste en preferir lo familiar a lo desconocido, lo contrastado a lo no probado, los hechos al misterio, lo real a lo posible, lo limitado a lo ilimitado, lo cercano a lo distante”."

Un ensayo sobre el cuidado de los otros (de nosotros)

Mi amiga Karina y yo decimos que somos conservadores de izquierda. Más allá de cierta voluntad escandalizadora, que alimenta la mayoría de las cosas que mi amiga Karina y yo decimos en nombre de los dos, no es menos cierto que hay detrás de esa definición una clase particular de abnegación, como una retirada de las luces de la ciudadela de la memoria épica, de los pergaminos incandescentes de la glorificación de la literatura bien concebida de ideas, de los recuadros en los cuadernitos de formación revolucionaria para salita de cuatro y preescolar. Cuando decimos eso, cuando se lo decimos a otros o cuando nos lo decimos entre nosotros dos – que son las más de las veces, por cierto-, es como si nos fuéramos al refugio de los patios interiores de la historia de la organización popular, a esa sombra en la que se cocinaron por años, y aun se cocinan, las historias pequeñas pero anudadas de las vidas vividas por cada nombre y apellido particular, por cada protagonista esencial de esa historia, la de su papá peronista delegado del vidrio y la de mi abuelo comunista aparador de zapatos. Lo que es conservador, claro está, es ese regreso, ese repliegue.

También cuando lo decimos parecemos sonar en armonía, sobre todo por estos días, con algunas formas del pensamiento práctico de un nuevo tipo de pragmatismo popular / administrativo, que también reconoce para sí las bondades eventuales de cierta dosis de conservadurismo. Lo conservador ha sido patrimonio imaginario de la derecha, qué duda cabe. En el diagrama opocicional transformación / conservación, está claro qué lugar le ha tocado a cada quien, a lo largo de la historia. Y no se trata de invertir ese diagrama, ni mucho menos.

Esas nuevas olas de la imaginería politicona de la novel generación gobernante, o de alguna de sus variantes, que han accedido a ocupar espacios de poder en los últimos tiempos, - en el estado, pero no solamente - han adoptado algunas de las formas discursivas tradicionales de las derechas, atentas a las cuestiones vinculadas con la gestión del poder y su conservación. En curso de esa empresa, no faltan quienes piensan, en algún tipo de clave medio superada, medio cancherona, que las virtudes de la gestión de derecha de una política de izquierda es una especie de garantía de oro, de puente celeste entre las eternas expectativas defraudadas de los desposeídos del mundo y “la administración de la cosa en sí”, esa sucia rutina de eso que se llama, ay, gobierno.

Como dice alguien a quien mi amiga Karina y yo le tenemos mucho aprecio, eso no tiene nada que ver con lo que estamos diciendo acá.

Lo conservador tiene que ver con alguna forma de respeto a las experiencias más minimamente vitalistas de la política, a los avatares microscópicos del hacer político innominado, silencioso, matero, a ese universo penumbroso, heroico de una forma muy especial, muy susurrada, a esa biografía candorosa de pequeñas virtudes paritarias, de triunfos “medio a cero” en alguna charlita siestera de comité, en alguna escaramuza menor de fábrica, de taller, de barrio. Lo conservador debe ser, pensamos mi amiga Karina y yo, esa reserva moral de la épica construida de a capítulos de una página, en pequeñas misceláneas microscópicas. En ese poder, en la memoria de esas memorias, reside la fuerza modesta de la gesta popular, la solidez de su proyecto, el éxito mediano.

La retórica de la ocupación, de la necesidad, de eso militar que tiene siempre la lucha por el poder, suele dejar en el camino las resonancias de esos relatos o, en el mejor de los casos, les construye un catálogo, un registro, un proyecto y les consigue financiamiento iternacional. La vanguardia, a su vez, los despoja de intensidad, los vuelve inmateriales, innecesarios, los subordina al tono habitualmente altisonante de la proclama y de la aventura, de la rigidez en los gestos del peligro, del rigor fragoroso del enfrentamiento. Ni una ni otra acceden a la temporalidad de la paciencia que una política vivida en clave de letanía necesita y, aún más, obliga.

No hay transformación sin elegía. Toda la fuerza, todo la subversión está en esas proezas módicas. La política y la organización popular se deben una estrategia de conservación de esos pesebres.

abrocho (un itinerario) 2008

De mi primer libro de este año: "obra, habla y piensa siempre como si estuvieras a punto de salir de esta vida"

De mi honestidad más bruta: me da miedo escribir. Es verdad, tengo miedo. Escribirlo por contrario a achicar el temor me da más temor porque pienso en las palabras escritas como perpetuas, claro, una vez ya escritas no permitirán decir otras cosas. Mis amados compañeros ... ustedes entienden! no digo que el lenguaje tenga miedo sino que el miedo constituye una parte sustancial de mi escritura... una parte sin la cual no podría reconstituirse como unidad. Yo, confío este pensamiento a ustedes y lo escribo solo para salvarlo.

De mi brutalidad tecnológica: no comprendo como demonios se escribe un comentario a lo que escribe otro (Emi, había escrito algo que contestaba lo tuyo habrá quedado sabe dónde)

De lo común: qué significa ser un retroguardista? Centinelas de una gramática que se erosiona, insomnes de sueños que nadie recuerda, oidos para voces que aparecen desde atrás (desde mucho antes) pero comprometiron con este tiempo??? Intuyo que esta idea puede ser rechazada de plano por romántica. Alguna vez escuché decir que los primeros postmodernos fueron las románticos. Dice Kaufman: "hay una condición de la escritura crítica que es, por un lado, la relación con su actualidad, en cuanto punto de observación, en realidad con el objeto. El objeto es el instante más inmediato pero la escritura no remite a ese instante, no tiene a ese instante como interlocutor, sino que refiere a una temporalidad ilimitada... es una escritura que no espera nada" Pienso yo: no hay alternativa a ser retroguardista. Es como ser conservador. Existe algo que hay que cuidar/guardar/conservar para poder modular la relación de la transformación con la catástrofe. Un compromiso ante un probrema radical futuro que implica una intervención política con fuerte conciencia en su relación con el problema radical pasado.

De los origenes memorables: las relaciones que definen nuestra identidad generacional no pueden considerarse en principio y de antemano, como prescindibles y destinadas a ser sustituidas. Pero "uno puede elegirse a sí mismo sin reconocer un horizonte de significados que vaya más allá de la elección" (Charles Taylor) ... Habría que comentarles algo de esto a nuestros compañeros tan ávidos de reconocimientos, tan ingenuamente luchando por una elección que ya no posee significado alguno. Existen ciertas normas de valor que hacen que tal "valor" tenga un acuerdo fundamental ... sino ese valor estará tan vacío como su propia ausencia o pero, claro! mucho peor!!!

A sus pies.